Un reciente estudio del Reuters Institute para el estudio del periodismo de la Universidad de Oxford señalaba que el uso de los sitios web de falsas noticias es relativamente muy bajo en Europa y no alcanza como media a más de un 3,5% de la población, en cambio, la difusión de sus noticias a través de Facebook es extraordinariamente alta: “el nivel de interacciones en Facebook –entendidas como el número total de comentarios, comparticiones y reacciones- generado por un pequeño número de sitios de noticias falsas iguala o excede el generado por las fuentes clásicas de noticias”. Lo cual viene a revelar un fenómeno cada vez más evidente: la expansión de las noticias falsas es, sobre todo, responsabilidad de las redes sociales.
Son, pues, las redes sociales y especialmente Facebook, quienes parecen estar provocando la contaminación de la esfera pública por falsas noticias, y la consiguiente instalación de lo que se viene llamando época de la post-verdad.
En una investigación reciente del New York Times sobre la intervención rusa en la campaña de las últimas elecciones presidenciales en EEUU, se puso de relieve que tanto Facebook como Twitter habían sido el medio privilegiado para la intoxicación de la esfera pública con noticias falsas. “Existen huellas rusas –tanto en Twitter como en Facebook- en cientos de miles de cuentas falsas que regularmente publicaban mensajes contra Hillary Clinton”. Se ha podido comprobar –decía el diario- que muchas de estas cuentas estaban constituidas por robots que difundían sistemáticamente y de forma programada noticias falsas. Y, aunque su impacto directo sobre la población pudo ser reducido –explica el NYT- nadie duda de que contribuyeron poderosamente a polarizar el debate y a radicalizar las posturas de una buena parte del electorado.
También en el caso de las elecciones presidenciales francesas y en las campañas a favor de la independencia de Cataluña, se ha constatado una premeditada y sistemática actividad de Rusia en la difusión de noticias falsas a través de las redes sociales.
La estrategia, según el diario El País, es la misma que la empleada en EEUU y consistió en la combinación de fuentes de noticias falsas o sesgadas y una campaña automatizada de difusión a través de las redes sociales: “Tras campañas encubiertas a favor del Brexit, Marine Le Pen y la ultraderecha alemana, el Kremlin ha visto en el independentismo catalán otra oportunidad para ahondar las fracturas europeas y consolidar su influencia internacional. Se vale de páginas web que publican bulos, activistas como Julian Assange y una legión de bots, millones de perfiles automatizados en las redes sociales que son capaces de convertir una mentira en una tendencia compartida millones de veces”.
El mismo diario señalaba que, en concreto, el tuit más difundido en las redes en la campaña catalana fue una publicación de Assange a favor del independentismo: “Un tuit de Assange, como muchos otros del mismo autor, logró más de 2.000 retuits en una hora y alcanzó su punto máximo, 12.000 retuits, en menos de una jornada”. Pero según el diario, nada de ello es casual: «Que un mensaje se viralice de forma tan rápida, casi vertiginosa, obedece a la intervención de bots o perfiles falsos programados simplemente para dar eco de forma automática a mensajes determinados. Un análisis pormenorizado de una muestra de 5.000 seguidores de Assange en Twitter, facilitada por TwitterAudit, revela que un 59% de estos son perfiles falsos”.
El reconocimiento de Facebook
Las pruebas de la contribución de Facebook a la contaminación por falsas noticias han sido tan evidentes que la misma compañía no ha tenido más remedio que reconocer su contribución al fenómeno de la post-verdad que ha atribuido a un mal uso de la plataforma: “Revisando las ventas de anuncios, hemos encontrado – reconocía un portavoz de la compañía – que aproximadamente 100.000 dólares gastados entre junio de 2015 y mayo de 2017 – asociados a 3.000 anuncios – estaban conectados a 470 cuentas falsas y a páginas que violaban las políticas de la compañía. Nuestros análisis sugieren que estas cuentas y esas páginas estaban afiliados a alguna entidad que aparentemente operaba desde Rusia”.
Como respuesta a estos hechos, la compañía, que gestiona la más potente red social del mundo, reconocía la necesidad de rectificar y emprender algunos cambios en su política de actuación. Por esta razón, anunciaba en septiembre de 2017 algunas líneas de actuación: “mejoras tecnológicas para detectar cuentas falsas y una serie de acciones orientadas a reducir la desinformación provocada por las falsas noticias”.
En realidad, al hacer esto, Facebook continuaba una línea de rectificación que ya había iniciado meses antes, en abril de 2017, con la publicación de un informe de apariencia meramente técnica, Information Operations and Facebook, en el que, por primera vez, empezaba a asumir el papel de editor de contenidos.
De hecho, era una rectificación en toda regla: una compañía que siempre se había presentado como una empresa tecnológica y, consecuentemente, sin ninguna responsabilidad sobre los contenidos que transmitía –a diferencia de cualquier editor de información en el mundo- empezaba a dar muestras de preocuparse por la veracidad y los efectos de las informaciones que transmitía.
Un indicio de ello era también su adhesión explícita a los principios establecidos para la comprobación de hechos (factc-cheking) por el International Fac-checking Network promovido por Poynter.
Sin duda, se trataba, por tanto, de un tímido pero sistemático cambio de rumbo de Facebook: abandonaba, así, su inicial papel de mero agente tecnológico para ir aceptando progresivamente, y no sin cierto recelo, su papel líder en la edición y distribución de contenidos en el mundo.
Nueva rectificación
Sin embargo, la deriva que podríamos denominar editorial de Facebook dura bien poco. Apenas unos meses.
En enero de 2018, su mayor propietario, Zuckerberg rectifica su principio de rectificación, y anuncia que su red social se ira alejando progresivamente del mundo de la información y de las noticias.
Lo dice de manera indirecta y sutil, pero inequívoca: De ahora en adelante, Facebook – a través del uso de sus algoritmos – potenciará más los “contenidos publicados por amigos y familia en el News Feed”. Lo que significa que “la gente verá menos contenidos provenientes de los editores y de las marcas establecidas”.
Por tanto, y evidente: repliegue táctico de Facebook hacia al entorno más personal y familiar, y, por tanto, a potenciar mensajes creados y producidos por los grupos de amigos. En definitiva, pues, menos énfasis en la trasmisión de noticias producidas y generadas por las fuentes habituales.
Se trata en esencia de un movimiento de envergadura que podría suponer una nueva estrategia:
a) Un intento de desdibujar el tímido papel de editor de la red social que ella misma había contribuido a construir en los últimos meses.
b) Vuelta por tanto, a su papel – ambiguo y equívoco – de mera compañía tecnológica.
c) Distanciamiento del mundo de los diarios, de los editores y productores de noticias.
d) Aceptación – explícita, por otra parte – de que, en esta nueva situación, los usuarios dedicarían menos tiempo a Facebook, lo que podría suponer, indirectamente, una pérdida del valor de la compañía al ser menos capaz de atraer inversión.
Pérdida de influencia de los editores tradicionales de noticias
Solo el paso del tiempo permitirá comprobar si esta previsión estratégica de Facebook se hará realidad o no. Pero, el simple anuncio ha tenido ya consecuencias.
Por ahora, son los editores de noticias los que se sienten amenazados por el repliegue al terreno familiar de Facebook. Como ha escrito Kurt Wagner en Recode: “Es una mala noticia para los editores que confiaban en Facebook como un canal para aumentar su tráfico o su negocio y que lo consideraban una forma más de marketing orgánico”. Con la red social abandonando el terreno de la información, todos los esfuerzos de los editores por fabricar mensajes que se acomodasen a la red resultarán, de ahora en adelante, gratuitos y hasta contraproducentes.
Está por ver, en otro orden de cosas, si esta retirada de Facebook que incluye la previsión de que los usuarios liberarán el tiempo que dedicaban a la información en la red se cumplirá o no. O si, en realidad, lo que perderá notoriedad y tiempo es la dedicación de la ciudadanía a la información. Y, finalmente, está por ver si este repliegue de Facebook contribuirá o no a la difusión o a la reducción de noticias falsas.
En cualquier caso, y aunque podamos preguntarnos si Facebook se retira o no de la información periodística, lo que se constata es el papel hegemónico y casi oligopólico de esta red social.
José Manuel Pérez Tornero. Director del Gabinete de Comunicación y Educación (Universidad Autónoma de Barcelona). Catedrático de Periodismo en la misma universidad. Experto y consultor de la UNESCO y la Unión Europea en materia de servicio público de televisión y de alfabetización digital y mediática. Miembro del comité organizador y del equipo de investigación del Observatorio para la Innovación de los Informativos en la Sociedad Digital (OI2) desde su creación.