Transformación de la Radiotelevisión I
¿Muere la televisión?
Sopla, en la actualidad, tal vendaval tecnológico y comercial, que parece que este mastodonte que llamamos televisión está auténticamente amenazado de muerte. Continuamente se habla de crisis y pérdidas: de ingresos, de audiencias, etcétera.
Pero esta pretendida muerte es solo aparente. Y los datos no son, a veces, tan trágicos como se presentan. Porque la facturación global del sector de la radiotelevisión se situó en 2018 en 4.338 millones de euros, lo que apenas supuso un ligero retroceso del 0,3% del al año anterior e indica, antes que nada, la estabilidad del sector.
En cambio, sí es significativo el aumento de la televisión de pago, que facturó 2.162 millones de euros -mientras los radiodifusores en abierto alcanzaron la cifra de 1.797 (que, aunque no han llegado a alcanzar los más de 2.000 millones con que contaban antes de la crisis, sí han superado la caída que esta les provocó y se muestran relativamente estables. Pero esto no revela más que un cambio de modalidad del audiovisual, no una caída en picado del sector.
Tampoco, resulta muy grave la pérdida de tiempo de visionado. Porque si es verdad que de 2018 a 2019, se ha reducido el consumo promedio diario de televisión –que es ahora de 22 minutos días, frente a los 234 minutos de 2018-, lo cierto es que en una situación de competencia con Internet que tiene a acaparar casi dos oras diarias de consumo, la cifra sigue siendo muy importante[1]. Y, además, hay que considerar que el número de pantallas televisivas no para de crecer, por doquier, lo que ofrece nuevos contextos de uso y más oportunidades para los contenidos audiovisuales para alcanzar a sus públicos.
De manera, que, mientras algunos auguran la defunción de un medio, ateniéndonos a los datos, la televisión, globalmente considerada, no decae. Lo que sí es cierto que el mastodonte televisivo que hemos conocido se está transformando aceleradamente, tanto en sus formas de distribución como en sus géneros y formatos. Es a eso, precisamente, a lo que hay que prestar atención.
El declive de las viejas cadenas
Lo más llamativo, quizá, de esta situación es el declive y la crisis de las cadenas tradicionales en abierto. Esas viejas cadenas, los canales, están en cierta desbandada –al menos tendencialmente-, y parecen ir perdiendo, una por una, todas las trincheras que le hacían resistir, aparentemente, el vendaval de cambios.
Han perdido, es obvio, la primera trinchera que les brindó vivir en un coto vedado –el del monopolio público, primero; el del duopolio público-privado, después; y el del limitado oligopolio, en estos momentos-. Resisten, así, lo que pueden[2].
Pero el futuro es inexorable con ellas. La diversidad cada vez es más grande, La segmentación, mayor. La dispersión de las viejas audiencias, una constante. Y es ya muy inverosímil que las limitaciones técnicas –antaño vigentes, hoy ridículas-, o los equilibrios regulatorios puedan frenar (a nivel nacional) este efecto de fragmentación exponencial, y de tendencia a la disolución.
Tampoco van a encontrar esas viejas cadenas apoyo alguno (ni una nueva trinchera estable) en la adhesión que todavía les puedan brindar algunos segmentos de públicos –sobre todo, los de mayor edad o de proximidad localista-. Incluso, aunque ensayen estrategias de fragmentación temática (series, cine, cultura, información, etc.), o de perfiles de audiencias (infantiles, juveniles, mayores, etc.). Serán movimientos, todos, de índole táctica, pero a efectos de estrategia a largo plazo puede que resulten vanos.
Probablemente, tampoco la búsqueda del directo –en vivo– servirá como refugio definitivo. Puede que les ofrezca un cobijo temporal –o parcial, sobre todo, en canales informativos; o, más improbablemente, en los canales de los reality show en directo/streaming. Pero, ni siquiera sirviéndose de los grandes eventos mediáticos –o mediatizados: que celebran retóricamente cualquier ceremonia o ritual[3]– se puede lograr, a estas alturas, una estabilidad plena para el modelo de las viejas cadenas.
En definitiva, que las cadenas convencionales, asediadas como están, en plena retirada van a sobrevivir como puedan, y el tiempo que puedan. Pero el cambio de escenario televisivo, parece definitivo.
¿Personalización del consumo o nuevo encadenamiento?
Pero ¿qué va a traer de nuevo este cambio de escenario, ¿significa que nos veremos abocados a un paisaje mediático completamente dominado por los consumos, absoluta y completamente personalizados? ¿Va a producir, este declive de las cadenas, la liberalización compleja de flujos de los programas (contenidos) convertidos en una especie de moléculas planetarias sin sujeción a ningún flujo lineal, es decir, sin sintaxis alguna? ¿Serán mónadas autónomas los viejos programas y/o las series?
No parece probable. Lo que vamos viendo, por ahora, no puede calificarse aún como la caída y destrucción del viejo régimen de las cadenas, de lo que denominaremos encadenamiento, y la llegada al reino de los contenidos libres y personalizados. No es así, el declive de las cadenas –especialmente las cadenas en abierto; y, singularmente, de las cadenas públicas (en España)- no puede oscurecer el hecho de que están emergiendo otras cadenas distintas, pero cadenas, al fin. Y, sobre todo, el hecho de que estas cadenas se están agrupando en paquetes de contenido, que muy bien pueden considerarse cadenas, o mejor metacadenas –porque asumen algunas de las cadenas antiguas-.
Estamos, muy probablemente, delante de un fenómeno de refundación del sistema de cadenas. Languidecen unas, las más vulnerables (locales, regionales, nacionales, y públicas; en definitiva, las tradicionales), buscando todas ellas el refugio que pueden conseguir en diversas trincheras-. Y emergen otras nuevas cadenas: por un lado, a) los paquetes audiovisuales que ofrecen las compañías de telefonía y de acceso a Internet –tales como Movistar, Vodaphone, etc.-; por otro las b) OTT, es decir plataformas audiovisuales en Internet; y, finalmente, c) las redes especializadas en contenidos audiovisuales –YouTube, DailyMotion, etcétera- y algunas redes sociales como Facebook.
Naturalmente, la emergencia de estas nuevas cadenas supone una amenaza para la supervivencia de las cadenas del antiguo régimen de canales[4] –al menos de una buena parte de ellas-. Pero, en el fondo, no amenaza el régimen del encadenamiento que, de un modo u otro –con mayor o menor apertura- hemos vivido desde el nacimiento de la televisión. Al contrario, los nuevos tiempos parece que anuncia un nuevo régimen que tenemos que denominar el de la el de encadenamiento a los hipercanales (o hipercadenas).
Las variadas circunstancias de las hipercadenas
Estas nuevas hipercadenas han nacido en circunstancias diferentes y, aunque operan con principios distintos, comparten muchos rasgos en común.
Veamos en primer lugar las diferencias entre estas hipercadenas.
Los nuevos paquetes audiovisuales ofrecidos por las antiguas compañías telefónicas son un recurso que han utilizado estas compañías par no perder valor. Una vez Internet ha restado valor a la antigua telefonía fija, las compañías se han especializado en ofrecer servicios de banda ancha con valor añadido. Y, en este contexto, parece que les ha dado resultado enriquecer su oferta mediante algunos servicios audiovisuales,.
Pero, en general, y, al menos en España, estas compañías no han invertido, sino tímidamente, en el mercado audiovisual, y se han dedicado a ser, mayoritariamente, comercializadoras de las producciones de otros. Tampoco han dedicado demasiado esfuerzo, por ahora, en desarrollar herramientas y servicios que den más valor a las producciones que comercializan.
Por otro lado, las plataformas audiovisuales –Netflix, HBO, Prime, etcétera- son de naturaleza diferente. Su negocio procede, esencialmente, de la comercialización de contenidos audiovisuales. Y para marcar diferencias tienden a aumentar su catálogo con exclusivas, o a invertir fuertemente en la producción –como es el caso de Netflix-. Naturalmente, trabajan sobre un mercado mundial, lo que les da una fuerza enorme con respecto a los operadores estatales y las viejas cadenas de televisión. Y, además, están explotando intensivamente, todas las posibilidades del uso de la inteligencia artificial.
Finalmente, las redes sociales especializadas en audiovisual tiene otro modelo de negocio, en el que podemos distinguir dos estrategias: servir de plataforma de difusión a los productores individuales; y, ofrecer canales de explotación –en forma de segundos circuitos- a los tradicionales proveedores de contenidos audiovisuales, especialmente, a las cadenas que quieran superar sus limitaciones de transmisión vía Internet.
Las diferencias entre las antiguas cadenas y las hipercadenas
Tanto las redes sociales –especialmente YouTube y Facebook- como las grandes plataformas audiovisuales –Netflix, HBO, Prime, etcétera- están constituyéndose en cadenas planetarias que tratan de sujetar a los espectadores-usuarios, pero de una manera singular, y bien diferente a cómo lo hacían las tradicionales cadenas de televisión en abierto.
Si las cadenas convencionales se basaban en el flujo lineal de programas y en la sincronía, las nuevas cadenas se fundamentan en el ofrecimiento de un determinado menú de programas, y en la asincronía.
Por otro lado, si las cadenas convencionales se estructuraban en torno a la selección de unos cuantos programas –que configuraban su imagen de marca- las nuevas cadenas, han optado por la opulencia del catálogo de programas que ofrecen.
Si, en la relación entre los programas y las cadenas convencionales se basaba en la univocidad –un solo programa, por unidad de tiempo, para el conjunto de espectadores-, las nuevas hipercadenas utilizan la inteligencia artificial para diversificar y adaptar (segmentar o personalizar) su relación con el conjunto de consumidores. Dicho de otro modo, mientras las viejas cadenas no podían servirse de la inteligencia artificial, las actuales hipercadenas encuentran en ese tipo inteligencia un factor desequilibrante frente a ellas.
Pero lo más relevante es que las nuevas hipercadenas –especialmente las grandes plataformas digitales- tienden a fagocitar las antiguas cadenas productivas en que se amparaban las viejas cadenas.
Hay una diferencia enorme en el discurso de las viejas y nuevas cadenas. Las cadenas convencionales de televisión tendían a producir sus propios programas –al menos, su parte más relevante-. En cambio, las nuevas hipercadenas fagocitan y se apropian de cualquier tipo de producción audiovisual –especialmente, las rede sociales-. Funcionan como macrodiscursos en cuyo seno albergan, incluso, los programas de las viejas cadenas. Este es el caso, muy claro, de las redes sociales o de algunas plataformas que, además de apropiarse de programas de las viejas cadenas, ofrecen espacios en las que estas pueden re-configurarse como canales, pero esta vez dentro de la propia red social. Algo parecido sucede con las plataformas como Netflix: aparte de lo que la propia empresa produce o coproduce, una buena parte de su catálogo es fruto de la apropiación de la producción de otros.
Hay que recordar que, en su origen, las viejas cadenas –tanto en su versión pública europea, como en su versión privada de EEUU- eran los grandes ejes de la producción televisiva (por sí mismas o en régimen de coproducción). Hoy son las grandes hipercadenas las que establecen el régimen general de producción audiovisual, primero por su enorme capacidad financiera –al disponer de un mercado mundial que, apenas, comparten con nadie-. Y, en segundo lugar, porque, al utilizar la inteligencia artificial, poseen un conocimiento de sus públicos, de tal profundidad y con tal exclusividad, que pueden desplazar, con enorme facilidad, a sus oponentes.
En definitiva, es esta capacidad de organizar un macrodiscurso audiovisual global –apropiándose de la producción de otros (metabolizándola)-, lo que hace imbatibles a las hipercadenas. Lo que les permite apropiarse del valor generado por otros, a la vez, que tiende a diluir no solo sus posibilidades alternativas de obtención de beneficios, sino a destruir la antigua cadena de valor que las sostenía.
Esta metabolización es enorme y multiforme. Afecta a los contenidos, mudando sus formatos e inscribiéndolos en una nueva sintaxis –y en nuevo contextos-. Pero va mucho más allá. En esencia, tienden a romper todos los esquemas (en difusión, producción, distribución, etcétera) de las viejas cadenas. Utilizan las nuevas posibilidades de la digitalización y de Internet para multiplicar y diversificar a) los dispositivos de recepción, b) aumentar los contextos de uso, y c) para cambiar las funcionalidades de sus contenidos.
La disrupción del sistema productivo de las viejas cadenas
El panorama, pues, es bastante claro: las viejas cadenas languidecen, mientras se consolidan las hipercadenas de alcance planetario. El régimen tradicional de la televisión tiende a desaparecer –de hecho, se deconstruye a ojos vista-, mientras surge un nuevo sistema en el que solo los grandes parecen poder sobrevivir.
Sin embargo, el desenlace final ni está escrito ni puede considerarse exento de vaivenes y de zigzagueos. En los próximos cinco años viviremos movimientos tectónicos debido a la tensión entre los dos modelos existentes. Esa tensión será, muy probablemente, comercial e industrial, pero tendrá una dimensión geoestratégica. Porque el poder que adquieren las hipercadenas se corresponden con un creciente poder de las grandes compañías norteamericanas que dominan el sector –correspondiente en buena parte a la situación que se vive con las big tech en el sector de Internet-; y esto conllevará movimientos políticos y legislativos nada desdeñables en ciertos contextos como el europeo.
Por otro lado, este choque de modelos se vivirá, también, en lo cultural. Porque las hipercadenas avanzarán en la homogeneización cultural planetaria –mediante la americanización del sistema de vida; aunque esto incluya una cierta estereotipificación de otras culturas (lo cual, por cierto, solo tiene claros objetivos comerciales)-. Mientras en buena parte del mundo, la culturas diversas seguirán siendo necesarias para la sostenibilidad de la vida social y la estabilidad de las identidades personales.
En cualquier caso, lo que más tensión introducirá en los próximos cinco años en el mundo televisivo es que ni el viejo modelo -de encadenamiento de los canales convencionales-, ni el nuevo sistema -de mundialización de las hipercadenas- acabará de satisfacer las necesidades personales y sociales. El viejo, porque ya no responde a las posibilidades que ofrece el nuevo contexto tecnológico; y, por tanto, querer mantenerlo intacto sería, no solo un despilfarro, sino un auténtico suicidio. Y el nuevo, porque pese a su éxito inicial, puede enfrentarse a enormes problemas de implantación en algunas regiones del mundo –desde culturales a políticas- y, además, puede representar riesgos estructurales muy considerables.
¿Cuáles serían estos riesgos?
Entre otros, los siguientes:
- Pueden llegar a constituir un auténtico oligopolio comercial que dificulte la economía de mercado.
- Pueden, paulatinamente, ir reconvirtiendo su poder comercial en poder político incompatible con la sostenibilidad de la democracia. Lo hemos visto ya en el caso de Facebook y la empresa de marketing político, Cambridge Analytica; y no es improbable que, en los próximos cinco años, no encontremos con casos parecidos pero esta vez asociados al mundo audiovisual.
- Porque las plataformas audiovisuales, así como las redes sociales audiovisuales, no son, ni mucho menos, transparentes en la apropiación y uso de los datos privados y de consumo que utilizan. Como tampoco lo son en el uso de algoritmos y sistemas de big data y de inteligencia artificial. Lo cual puede socavar el equilibrio necesario en el mercado, así afectar al núcleo de algunos derechos humanos.
¿Cómo pueden responder las viejas cadenas?
Estamos, pues, ante un régimen televisivo en profunda mutación, y asistiendo al aumento de tensión entre dos grandes sistemas. Pero en esta tesitura, nada está decidido, por mucho que las crisis y el éxito afecten desigualmente a los actores que participan en el ecosistema. Al contrario, serán decisivas las estrategias y tácticas de cada uno de los que participan.
Será muy importante también, cómo van a reaccionar los gestores de las antiguas cadenas de televisión; qué nuevos objetivos se van a plantear y cómo pueden responder al desafío de la transformación del ecosistema que estamos viviendo; de cómo logren apropiarse de los nuevos recursos tecnológicos; de cual sea su política de alianzas; y de cómo sean capaces de cambiar su relación con los públicos; etcétera.
Pero también será decisiva la actuación de los Estados; de los reguladores; de las instituciones relacionadas con el audiovisual; de la reacción de las diferentes industrias audiovisuales, articuladas en diferentes niveles –locales, nacionales, regionales, etc.-; incluso de la nueva ordenación del poder geoestratégico y de la reacción –amplia y compleja- de la sociedad.
Todo ello forma parte del nuevo escenario mediático que se configura, y de todo ello trataremos en sucesivas entregas.
[1] Más a considerar sería el hecho de que parece que el consumo de televisión convencional pierde audiencia, casi 430.000 espectadores menos en 2019 con respecto al año anterior. Aún así, son más de 31 millones de personas las que contactan diariamente con las pantallas televisivas.
[2] Pero, si se ha de hablar de detalles significativos, descienden en España, sobre todo, las cadenas públicas, tanto en audiencia, como en ingresos publicitarios
[3] La progresiva pérdida de audiencia de los oscars de Hollywood en los últimos cinco años es un dato significativo.
[4] En España, no para de crecer la televisión de pago, y en esa modalidad de oferta, 9 de cada 10 usuarios la utilizan a través de ofertas empaquetadas, es decir, canales de canales. Según la CNMC, los suscriptores de televisión de pago llegaron a 6,2 millones; de ellos, más de 4 millones y medio corresponden a IP; y entre todas las modalidades de pago, más del 50% usaban Netflix. El progreso ha sido enorme en materia de televisión por IP. Hace cinco años, los consumidores de esta modalidad no alcanzaban el millón de abonados, en 2019, llegaron a más de cuatro millones y medio. Cf. http://data.cnmc.es/datagraph/jsp/inf_trim.jsp