El horizonte que se nos ofrece con la innovación de los informativos de televisión es tan ambicioso como azaroso. Los problemas a los que esa innovación responde y que al ser asumida se nos plantean a su vez reformulados no son inferiores a los que tiene que enfrentar la prensa impresa. Pero el volumen y complejidad de las estructuras de producción y difusión del medio televisivo hacen que la tarea de dinamización que su innovación conlleva sea un empeño no sólo ingente sino enormemente arriesgado.
Si la prensa impresa se enfrenta a su propia supervivencia como medio que se expresa en un soporte de papel, en el caso de la televisión el reto no es menor: cómo va a transformarse y subsistir en un universo multiplataforma en el que no solamente se va a luchar por porciones de audiencia y cuota cada vez más pequeñas sino por la propia relevancia de la televisión informativa. Este es el alcance de la partida en juego: innovación para operar en la centralidad comunicacional u obsolescencia a través de la irrelevancia. Pero la naturaleza de esa innovación requerida no es meramente un problema tecnológico.
No es la tecnología, son los contenidos
Seamos claros: la tecnología ligera y rápida ya no impresiona a nadie. Todos llevamos un smartphone en el bolsillo y vivimos en un ecosistema comunicacional en el que la inmediatez y la rapidez establecen las prioridades. Los públicos más jóvenes viven en un mundo de inmediatez informativa –o pseudoinformativa—propiciado por la telefonía móvil y la capacidad de respuesta de las redes. Lo que ha de marcar la diferencia no es la adoración a los gadgets sino los contenidos y su relevancia en términos de centros de interés real para públicos realmente existentes. No se trata de lo más impactante, más moderno o vistoso, se trata de lo que realmente interesa a la gente real y concreta.
Aparece aquí en nuestro camino de interrogantes, cuando estos se dan en el seno de una televisión de gran audiencia, un carro que viene aparejado antes que los bueyes. Cuando los medios buscan respuestas aparece todo tipo de instancias institucionales o entidades privadas que sueñan con ganar influencia institucional y expertos diversos que disponen de fórmulas que aparentemente encierran la solución. Ninguno de ellos, curiosamente o no, es periodista, comunicador, realizador, operador de cámara o eléctrico. Y todos ellos olvidan que la cuestión es tan simple y tan compleja a la vez como esta: o lo que haces interesa al público o no. Y este interés no nos lo va aportar ningún código deontológico, ningún mandarinato cultural ni ningún auspicio institucional. El interés lo suscitan los contenidos y la capacidad de proponerlos mediante lenguajes capaces de comunicar y de mediaciones capaces de sintonizar lo necesario con lo oportuno.
La tarea de buscar, hallar y servir contenidos de interés en la televisión informativa del siglo XXI corresponde a los periodistas. Asistidos por expertos en guión, creadores de narrativas transmedia, operadores de cámara, realizadores, editores. Que deben hacer lo que saben hacer: ir a donde está la gente, enterarse de lo que le pasa a la gente y contárselo a la gente. Otros profesionales podrán ayudarles en la tarea, incluso enseñarles a actualizarse, pero no sustituirles. Hace demasiado tiempo que las empresas informativas sueñan con poder hacer periodismo sin periodistas y los resultados están a la vista de todos con sólo asomarse a los quioscos (o a los quioscos que van quedando en las calles).
La buena noticia es que el actual desarrollo tecnológico permite que los periodistas hagan la tarea de buscar, hallar y servir información de la manera más rápida, ligera y eficiente posible. La mala noticia es que si ponen el carro delante de los bueyes acabarán perdiendo por el camino tanto los bueyes como el carro. Y poner el carro delante de los bueyes quiere decir creer que es la tecnología por sí sola la que les va a traer al público. Porque de momento lo que la tecnologización de las redacciones en general, o lo que pasa por ser tal, ha tenido como consecuencia es que los periodistas se queden dentro de ellas en lugar de salir a ver qué le pasa a la gente.
La televisión no se puede permitir ese lujo. No puede contentarse con pseudonoticias sino que tiene que ofrecer imágenes vivas de cosas que están pasando ahora mismo en la vida. Esa es su ventaja sobre los otros medios.
Los escenarios del cambio y sus implicaciones
¿Pero de dónde van a salir los nuevos contenidos que necesita la televisión pública conectada de la sociedad?
No de grupos creativos aislados, comités de estudio o think tanks sino de donde siempre han salido: de la gente y de las interacciones que se producen entre las gentes.
La regla de oro de la comunicación: ¿qué le interesa a la gente? Lo que hace la otra gente. La tecnología no es interesante por sí misma; a nadie se le ha visto extasiado ante una lavadora o un frigorífico de última generación en la sexta planta de El Corte Inglés. La tecnología que nos interesa es la que nos pone en contacto con otros seres humanos, con realidades humanas. No son las maquinitas ni las pantallitas lo que centra el interés, lo son las personas. La tecnología que nos llama la atención es la tecnología de la comunicación que permite poner en contacto entre sí a los seres humanos, a sus mentes y a lo que dimana de sus vidas. La cosa no va de chips sino de neuronas.
¿Pero qué es lo que hace exactamente la tecnología? La tecnología no es, como pudiera pensarse, una mera prótesis, que nos permite llegar a donde no podemos hacerlo por nuestros únicos medios. La tecnología es una mediación, y por tanto no sólo es vehículo sino también mensaje. Nada menos que en 1964 dijo Marshall McLuhan aquello de que el medio es el mensaje, algo que sólo ahora alcanzamos a comprender. Una mediación es un lenguaje y un sistema de interpretación. Por lo tanto las nuevas tecnologías de la comunicación no nos ofrecen medios para hacer lo que hemos hecho siempre sino que nos abren un mundo nuevo y diferente. La tecnología no aísla a las personas sino que las vincula más estrechamente entre sí. El aislamiento surge cuando se hace un mal uso de la tecnología de la comunicación utilizándola para fines distintos al de comunicar. A mayor potencial y complejidad de la tecnología comunicativa mayor potencial y complejidad de comunicación humana. Y por tanto mayor complejidad y poder de las situaciones humanas en que desemboca el uso de la tecnología.
Las tecnologías no son nada sin las decisiones humanas que las animan e implementan. El problema que se nos plantea, pues, no es solamente el uso certero y excelente de la tecnología sino los que se desprenden de situaciones como las que describimos en los próximos párrafos.
No se trata solamente de implementar unas nuevas rutinas de producción sino de construir un ecosistema entero de producción y difusión de información que engloba tanto a la redacción como a las propias realidades sociales en las que se introducen sus periodistas y a sus protagonistas, tanto como objeto de información como en tanto que público.
Un nuevo ecosistema semejante trastoca las relaciones verticales de asignación de coberturas y de supervisión de contenidos. Hace replantearse el papel de los periodistas no sólo como agentes de captación de información sino como dinamizadores del ecosistema del cual han de surgir los productos informativos.
Cuanto más ligera es la tecnología y dinámicos son los procedimientos que permite y suscita, más rápidas se convierten las rutinas de producción. Lo que obliga a una toma de decisiones no solamente más veloz sino más compleja y certera en condiciones precarias.
Un ecosistema, unas tecnologías y unas relaciones informativas que se den en ese nuevo escenario deberán contar con la participación de la audiencia. Eso va más allá, mucho más allá, de la interacción en redes sociales, la incorporación de elementos de periodismo ciudadano o el dar voz a determinados testimonios o protagonistas de los acontecimientos. La televisión deberá hallar de una vez el modo de hacer lo que en su día consiguió la radio en directo mediante las líneas telefónicas abiertas: vincular estrechamente emisores y receptores en torno a la construcción de una narración informativa viva que se desarrolla sobre la marcha y cuya tensión en directo configura los lenguajes, los formatos y las orientaciones de los programas.
La suma de tecnologías móviles, redes sociales y ecosistemas informativos amplios, dinámicos e inclusivos conducen a la televisión hacia una nueva dimensión: convertirse en un medio total. Si internet se presenta bajo la vocación de convertirse en la plataforma centralizadora del consumo de información, entretenimiento y formación, la televisión puede devenir el eje articulador de los contenidos audiovisuales y las interacciones correspondientes que se puedan dar en esa plataforma global. Una nueva televisión informativa integral, dinámica e interactiva, solamente se puede dar en el seno de esa plataforma global que, de momento, aún está demasiado fragmentada. Es la fuerza de la televisión la que le puede ayudar a dar el salto definitivo en esa dirección. Hay muchas pantallitas en ese ámbito pero el poder de la pantalla televisiva sigue ejerciendo un rol de polarización nada desdeñable. La televisión crea tendencias, lidera inclinaciones, propone modelos y acaba por establecer elementos hegemónicos en la comunicación y en la vida social. Ese patrimonio no debe ser echado por la borda sino puesto a liderar la dinámica multipantalla de la comunicación integral y a hacerlo mediante la apertura al diálogo y la interacción con el público.
La interactividad a la que cabe aspirar no es una mera interactividad tecnológica sino una interactividad social. De hecho, el periodismo aspira desde su fundación en la modernidad a esa interactividad: reunir a gestores de información, opinión y formación con sus públicos para formar lo que llamamos opinión pública. El camino que emprendemos actualmente no es pues una ruptura sino una continuidad que aspira a su culminación. Esa es la buena noticia. La mala es que en esa concepción de la información total en una sociedad abierta no hay lugar para esconderse. No se pueden disimular las agendas ocultas, que serán fuertemente cuestionadas por las realidades sociales que el público venga a poner de relieve; no se pueden encubrir las dinámicas autoritarias, que quedarán cuestionadas por las necesidades impuestas por una producción ágil y rápida; no pueden quedar impunes los tratamientos superficiales y oportunistas, que serán puestos en evidencia ante una corriente informativa fiel a la realidad. Y si se puede hacer todo eso, entonces las consecuencias serán más evidentes, porque en un ecosistema dinámico, inclusivo y transparente todo lo que contradiga estas características esenciales redundará en perjuicio de la calidad de los contenidos.
No es la tecnología, son las personas
Estos escenarios configurados por la tecnología y su aplicación por el periodismo televisivo deberían desembocar en ciertas consideraciones respecto a los contenidos que esas situaciones han de producir:
La tecnología y sus dispositivos no son lo prioritario, lo es la conexión que permiten mantener con las personas; lo es su potencial de recoger, formatear y servir mejor los contenidos que las atañen. En no más de cinco años los dispositivos que hoy conocemos y sus funciones se habrán transformado profundamente y continuarán haciéndolo. Solamente podremos descubrir su empleo en un mejor periodismo televisivo si tratamos de deducir de ellas lenguajes y formatos posibles, que se desprendan lógicamente no sólo de su determinación tecnológica sino del modo como se produce su recepción por parte del público y que lenguajes y formas de comunicación desarrolla la gente a partir de la tecnología.
Los contenidos televisivos no surgen predeterminados tecnológicamente, se descubren al explorar formas de llegar a la audiencia y de relacionarse con ella. La tecnología facilita, propicia, descubre algo posible, pero lo que genera contenidos es el ingenio creativo aplicado a la tecnología y mediante la tecnología. El digamos ejercitamiento tecnológico no nos va a aportar nuevos contenidos por si mismo si no va acompañado por una reflexión paralela y consecuente con los atisbos que ese ejercicio nos aporta.
Los contenidos no se crean en solitario sino que surgen del trabajo grupal, y de un trabajo sobre el terreno. La idea potencialmente más genial necesita del oxígeno del exterior para poder ser validada en términos comunicacionales efectivos.
En suma: contenidos informativos quiere decir periodismo. Innovación en contenidos informativos implica hacer más y mejor periodismo. Por tanto, se trata de crear y producir contenidos que contengan noticias y no pseudonoticias, acontecimientos y no meros sucesos, asuntos que interesen a la mayoría y no sólo a sus implicados, que promuevan la creación de opinión pública y no la satisfacción del interés particular.
Estructuras versus contenidos, un falso problema
En estas, el problema que surge es el que resulta de las estructuras organizativas en las que se dan las rutinas de producción y la toma de decisiones en el seno de una empresa televisiva. Innovación en informativos no implica únicamente innovación tecnológica, en lenguajes y en consideración de contenidos sino en las estructuras en las que los contenidos, las producciones y las emisiones se producen. Y aquí es donde pueden surgir los obstáculos y las resistencias más problemáticas al respecto.
Hubo un tiempo en que las empresas de televisión fueron concebidas como grandes corporaciones o incluso remedos de ministerios. Con los años, se ha llegado a apreciar que las estructuras ligeras son más favorables a una producción informativa más eficiente. Pero ni las grandes estructuras garantizaban una información de calidad ajustada a la realidad ni los medios y recursos ligeros van a proporcionarnos lo mismo automáticamente. En la búsqueda de procesos de innovación televisiva debemos atrevernos a experimentar tanto con rutinas de producción y lenguajes como con las estructuras que los amparan.
Ninguna estructura corporativa en la empresa de televisión debería sentirse amenazada o cuestionada por la existencia de dinámicas basadas en la ligereza instrumental y la rapidez en la toma de decisiones. Quienes custodian la solidez de la arquitectura corporativa de la empresa y quienes se comprometen con el riesgo de contactar de manera mejor, más eficiente y más significativa con el público al que la empresa sirve son aliados. Aliados si no de grado por fuerza: unos y otros se juegan en esta partida la relevancia y continuidad de su empresa y de su trabajo. Una empresa de televisión de dimensiones grandes debería de poder soportar sin excesivos riesgos unidades ligeras de experimentación que se rigieran por criterios innovadores alejados de los imperantes en la centralidad de la empresa.
No solamente soportarla en tanto que sostenerla y tolerarla. Quizás debería buscarse la manera de que las estructuras “pesadas” pudieran fortalecer las unidades “ligeras” en un tipo de articulación que optimizara las dos maneras de trabajar en el seno de la empresa. El potencial que se desencadenaría de semejantes experiencias tendría una fuerza incomparable al del que se pudiera dar en otro tipo de estructuras.
De hecho, si tal experimentación debilitara la empresa en lugar de fortalecerla ello solamente podría significar tres cosas: la experimentación está mal realizada, la experimentación está bien hecha pero aplicada erróneamente o la estructura corporativa demuestra una inquietante debilidad cuando se trata de implementar en su seno un proceso de innovación.
Aparece entonces un elemento de optimismo en esta reflexión: un proceso de innovación semejante puede ser realizado mediante estrategias win-win (todos ganan). Podrá darse una mayor o menor flexibilidad a la hora de abrir camino para procesos de innovación pero lo que resulta es inevitable es acometer los mismos. El mero hecho de poner a prueba el grado de flexibilidad que permita asumir esos procesos es de por sí revelador a efectos de lo que se persigue. Por tanto, una mayor o menor posibilidad de implementación de la innovación no deja de ser un dato en sentido estricto a ser tenido en cuenta para ser analizado y continuar con la deliberación. Del mismo modo cabría considerar el nivel experimental de innovación que en un proceso semejante ha llegado a adoptarse. Win win.
Solamente mediante un análisis desapasionado como el que acabo de describir con simplicidad (pero no simpleza) es posible avanzar por un camino de innovación. Es así como llegamos al núcleo de la cuestión: no son las resistencias u oportunidades en el sentido profesional y técnico aquello a lo que nos enfrentamos sino al grado de implicación emocional que conlleva para sus protagonistas. Entendiendo que los intereses profesionales y personales concernidos son tan legítimos como expresados igualmente en términos emocionales. Se trata pues, como hemos dicho al inicio, de personas y no de tecnologías inertes. Quizás para aprender a innovar para el público, la gente a la que servimos y que está “fuera” debemos ser capaces de aprender igualmente a trabajar con la gente que está “dentro”, porque tanto unos como otros somos los protagonistas del hecho informativo televisivo, que si se mira con detenimiento, no es un mecanismo inerte sino un fenómeno social y por tanto un ente vivo.